“LA PRINCESA GUERRERA”
Érase una vez en un reino no muy lejano,
había una princesa cuyo cometido esa defender al reino de los dragones que
habitualmente atacaban a los ciudadanos. Esta princesa guerrera vestía con
armadura brillante y siempre al galope de su hermosa y fuerte yegua.
En este reino también vivía un señor de la nobleza con sus
hijos y un hijastro de su último matrimonio con una noble bastante adinerada, y
que desafortunadamente falleció. El pobre chico quedó desvalido y sólo con su
padrastro y hermanastros.
Juan, así se llamaba el chico, le encomendaron las tareas de
la enorme casa, encender la chimenea, ir a por leña al bosque,… Mientras sus
hermanastros disfrutaban de paseos, fiestas, clases de piano, baile,…
Uno de los días que fué al bosque
a recoger leña se tropezó y se hizo daño en el pie, no se podía mover y empezó
a gritar para ser socorrido.
Afortunadamente en ese momento pasaba la princesa Isabel, la
cual escuchó muy a lo lejos las voces de Juan pidiendo auxilio. Siguiendo la
voz de Juan consiguió llegar hasta él.
Juan le contó cual era su situación, y la princesa
sorprendida le dijo que tenía que poner fin a esa situación, que todos somos
iguales y que en su casa todos tenían que trabajar por igual. Subió a Juan en
su yegua y lo llevó a su casa.
Los hermanastros y el padrastro cuando vieron llegar a Juan
con Isabel “la princesa guerrera” se pusieron muy celosos y le prohibieron
salir, ni siquiera para buscar leña.
En los días siguientes Isabel iba
por el bosque para ver cómo se encontraba Juan pero éste no aparecía y decidió
ir a buscarlo, pero le prohibieron el paso y no pudo verlo.
La princesa sin cesar en su empeño, por la noche volvió a la
casa y empezó a cantar como un búho, sonido al cual salió Juan a su ventana. La
muchacha consiguió trepar hasta llegar a él. Mantuvieron una conversación en la
que planearon la escapada de Juan.
En los días siguientes Juan, cada vez que lavaba la ropa,
guardaba una sábana con el objetivo de amarrarlas a modo de cadena, tirarlas
por la ventana y escapar al galope con Isabel.
Por fin fijaron el día de la escapada. Era una noche perfecta
en la que apenas se veía la luna, una noche oscura, en la que sólo los ojos de
los animales del bosque ponían un poco de luz. Juan ató todas las sábanas y
esperó al sonido del búho y en ese momento lanzó el cordel de sábanas y
descendió por ellas. Abajo lo esperaba Isabel con su yegua y los dos se fueron
galopando sin mirar atrás.
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